Éxtasis, no salgo del asombro de tu énfasis

Está amaneciendo. Los primeros rayos de luz se cuelan por los huecos de la persiana y llegan a mis pupilas, que se dilatan, preparándose para observarle. El sol se mezcla atrevido con los mechones despeinados de su pelo oscuro y dibuja su silueta extremadamente sexy en lado derecho de la cama, que aún está en la penumbra. Le oigo respirar profundamente dormido, parece un bebé, lleno de placer, colmado de felicidad, rebosante de dulzura en ese carita de niño enfrentada a la almohada. Desde aquí veo los restos de una noche desenfrenada. Aunque la ropa queda muy bonita tirada en el parquet, hoy no veo excusas para tranquilizar mi conciencia después de anoche. No veo la botella de vodka vacía, no veo las rosas rojas ni nada que se le parezca. Las vergüenzas nos las volvimos a dejar en el portal de abajo. Mierda. Esta vez no podré decir que me sedujo, no podré echarle la culpa de volverme loca la cabeza cada vez que dormimos en la misma cama, de habernos querido de esa forma tan incomprensible, de tener esa historia tan nuestra... Mierda, mierda, ¡mierda! Lo he vuelto a hacer, con él. Ni siquiera otro ha conseguido sacarte de mi cabeza, hacerme parar a pensar, frenar, decidir si me dejo llevar más. Me pudo la pasión, fue debilidad, fue el calor, el momento, sus manos, su boca, él en general. Vuelvo a la realidad, me levanto despacito y me visto con prisa mientras huyo hacia la puerta de tu casa. Me agarras por la cintura, no me dejas marchar. Joder, no te había oído despertar. Me dice al oído esas cosas que me encantan, me besa el cuello y la espalda, la boca y el alma. Me atrae hacia él. Acepto el reto, vamos a la cama. El sol se ríe. Ni él lo ha conseguido.

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