Labios de caramelo


Es de valientes apostar por el que menos tiene, o al menos, por el que menos parecía que tenía. No es fácil sostener una mano sin fuerza en otoño, con unos ojos que caen como las hojas de los árboles, desnudándose ante un ataque inminente que reciben resignados y sin ganas de hablar. Saber cuándo y cómo rozar, mirar, callar. Y hacerlo tan bien. Dejarse ir, inspirar hondo y no contar hasta tres. Sentir un susurro detrás de la oreja seguido del depósito a largo plazo de unos labios dulces sobre la piel, que por amarga que sea no se resiste a tu sirope. Sentirlo de verdad, atravesando, calando, buscando un hueco bien dentro. Por mí podría estallar la guerra ahí mismo, la fiebre del oro de tus besos, hasta que nos hagamos viejos, perdidos en cualquier bar de la ciudad, borrachos de amor. Valiente es no abandonar la causa por la que empezó todo a pesar de perder la guerra.
Y a mí me gustan los valientes como tú.

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