Me moriré de ganas de decirte que te voy a echar de menos

Admito que, en este preciso instante, los mares se quedan pequeños a mi lado. Admito, además, que nada me haría sentir mejor, ni siquiera un abrazo. Admito, también, que no encuentro razones viables para parar y respirar, que no me queda ningún motivo fundado. Admito, sin rodeos, que yo me lo he buscado. Quise morir en el paraíso de tu boca tantas veces que me condené al infierno, cadena perpetua en tu fuego. Me acomodé en tus brazos negando otro abrigo, cerraba los ojos muy fuerte, para no mirarte a la cara y ver reflejado al enemigo, acostumbrándome al vaivén de tu respiración, inhalando fuerte la inspiración. Ninguna metáfora sería suficientemente grande para explicar tus caricias, tus ojos marrones, y la manera que tenían de encerrarme en su oscuridad, sin pensar más allá de esas preocupaciones. Y ahora, te has esfumado, ya no existes, me has borrado. Me gustaría poder decir que no te busco cada vez que camino por la calle, entre los cientos de personas que me cruzo cada día, en otras bocas, en nuestras historias, pero mentiría y, sabes que yo nunca he sido de esas, más bien era de buscarte para abrazarte, para ver como después de derrumbarme tú me enderezas. Y ahora me toca preguntarme qué éramos, quién soy sin ti, quién eres tú ahora, por qué nos equivocamos tanto, por qué nunca nos llegó la hora. ¿Por qué decidimos abandonarnos poco a poco a sabiendas? ¿Por qué no hicimos bien las cosas? ¿Por qué no volvimos a empezar, qué salió mal? ¿Por qué no arreglar lo que desde el principio no fueron más que pedazos? Podríamos haber construido una historia juntos, como las de los libros de amor ¿sabes? Una bonita historia. Me enamoré de tus heridas y de tus virtudes, de un puñado de cosas que sólo tú tienes, y guardaré con cariño todas nuestras peleas sin ropa, todas las sonrisas debajo de la almohada, todas las veces que le has susurrado a mi piel que era tuya. Prometo guardarte con cariño en mis recuerdos porque siempre fuiste mi piedra favorita del camino.