Aquí me quedo
muerto de vergüenza y
por qué no decirlo, de envidia
no se ha atrevido a dar la cara todavía.
Tú estás todavía en pijama
y yo abro la puerta de casa
y te encuentro
mirándome como si fueran los Reyes Magos.
Vengo cargada de regalos
y también de agujeros de bala;
espero que tengas tiritas y ganas de hablar
el resto de tu vida.
Me miras,
me mimas,
me incitas,
me invitas
a dejarme caer un sábado noche
como quien no espera
nada del domingo
más que despertar
y besayunar en la cama.
Y digo sí.
Digo ven.
Digo aquí.
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