Te presento a la chica más valiente del universo


Era domingo, o eso creía(mos). Tenías los ojos nublados pero hacía un calor insoportable, dentro y fuera del estómago, nada que un café no pudiera arreglar, nuestra excusa favorita para sentarnos enfrente y perder (ganar) tiempo hablando de cualquier cosa mientras inspeccionamos el trasfondo de nuestras respuestas. Con cautela. Con conocimiento de causa. Sin dejar que los daños colaterales nos afecten, centrando la atención en la discusión permanente que nos ocupa cabeza y corazón, en la constante búsqueda de un equilibrio que parece casi divertido, burlesco, inalcanzable. Homeostasis con apellidos. Recorrimos más camino del necesario, como siempre, sin importar, pensando en voz alta, gritando desde dentro, encendiendo las luces de emergencia emocional, un ''hasta luego'' que pesa aunque dure treinta minutos. Dos horas y mucha complicidad después, cantar en la cocina, sentarnos en el suelo a observar, como un gato cazando un ratón; esperar sin prisa, sabiendo que la belleza está en el mientras. Paseamos por el castillo descalzas, sin mochilas ni cargas, ligeras de equipaje, sonriendo por nada, colocando palabras y gestos en estanterías que todavía no tienen nombre. Y como si nada, sentirnos, y sentirnos en casa. 

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